A quien yo amé (1)

viernes, 12 de febrero de 2010

Con las manos empuñadas su caminar es sereno y tranquilo. Su mirada se fija en el horizonte o de lleno al pavimento. Su mente siempre divagando entre meditaciones de la vida común, filosóficas, intentando resolver alguna intriga matemática o simplemente entonando acordes intangibles en su propia y cabelluda caja de resonancia. Pues son aquellos acordes los que alumbran sus pasos y guían toda su existencia. Aquellos acordes de los años dorados del rock que persisten en su mente y se cristalizan en sus manos al llegar a casa; momento en que toma su guitarra y entra en un mundo que sólo él y algunos privilegiados conocen. Un mundo con mucho más que una canción y un instrumento. Un mundo hecho por y para él.

Ahí se queda por horas hasta que el hambre o las necesidades naturales llaman. Pues es un músico apasionado, un matemático perfeccionista y un soñador esperanzado. Un hombre entre muchos, que si bien pasa desapercibido por su voz lenta y su ropa casual sin colores extravagantes, es una de esas personas que enorgullecen por su mera existencia. Una de esas personas auténticas y por sobre todo, entregadas en alma y corazón.

De ellos quedan muy pocos.