Un hombre feliz

domingo, 14 de junio de 2009

Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, según la conocida frase, son tres de esos logros en la vida que todos, en algún momento, debemos alcanzar. Es una especie de refrán que data de tiempos inmemoriales, sin especificar qué árbol plantar o si se debe escribir una novela o un cuento para poder decir “lo he hecho todo”.

Sergio Salgado era uno de ellos. Un hombre que logró cumplir con creces las metas contenidas en esta pretérita frase… y mucho más.

El Papi Checho, como lo llamó alguna vez uno de sus nietos, emprendiendo la difícil tarea de aprender a hablar, era una persona sencilla. De caminar tranquilo y mirada sigilosa. Siempre sentado en su cómodo sillón, viendo televisión. Aunque ya no viera ni escuchara nada. Su rostro siempre sereno inspiraba esa paz y quietud que sólo pueden entregar los ancianos. Pues a pesar de verse cansada bajo sus gruesos cristales ópticos, su mirada destellaba con el brillo único de la meta cumplida; de la felicidad de haber consumado sus labores en el mundo que conocemos y la de emprender nuevos y anónimos rumbos. Lejos, pero muy cerca de todos.

Don Sergio cumplió con la primera de las metas consignadas en el antiguo refrán: tener un hijo. Sin embargo, el sentido común nos invita a pensar que ser padre no es sólo aportar un espermio progenitor de vida; padre hay que serlo, no sólo parecerlo. Don Sergio aporto doce de estas células vitales y fue el maravilloso padre de once hijos, lamentando la muerte del más pequeño, quien dejó de existir durante sus primeros meses de vida. Los once afortunados fueron criados entre inestables condiciones en una población de Recoleta. Las únicas condiciones que podían otorgarles una dueña de casa y las manos del Papi Checho, arreglando máquinas de coser durante las décadas del cincuenta al setenta. No obstante, no hubo carencias. Don Sergio no sólo parecía. Era un padre y por docena.

La tercera de las metas en la vida es una de las más admiradas dentro del clan Salgado. Como se acostumbraba en esos tiempos, Don Sergio con suerte termina la educación básica e ingresa al mundo del trabajo y el billete. Se desempeñaba como mecánico formalmente y cualquier otro pololo que surgiera durante el día. En sus cortos pero fructíferos tiempos libres, leía y escribía. Llenaba hojas papel roneo de impecable manuscrito y una ortografía admirable para un mecánico de manos sucias.

Carilla tras carilla, el Papi Checho termina su libro a mediados de los noventa. Doscientas páginas que sintetizan y explican lo conocido hasta la época sobre los orígenes del universo; el Big Bang. Anticipa el calentamiento global y el efecto invernadero, con la rigurosidad científica de sus lecturas. Texto precedido por un título que nos dice que a mediados del siglo XX, para él ya todo era conocido: “Nada nuevo bajo el sol”.

Las atiborradas reuniones familiares de los Salgado tenían a Don Sergio y Doña Francisca, su esposa, a la cabeza. Entrando en el nuevo milenio, Doña Francisca o Mamaita, como le llamaban en familia, muere de una vejez implacable, dejando a sus once hijos, ya todos adultos y maduros, con su viejo Papi Checho. Las reuniones ya no serían las mismas. Don Sergio parecía hundirse más en su cómodo sillón ubicado en el living, de donde no se levantaba hasta el almuerzo. Luego hasta la once. Siempre lejos, pero a la vez tan cerca. Todos preguntándose qué ocupará su impenetrable mente, ahora aquejada de Alzheimer, la que sólo recuerda sus viajes a Suecia con su Mamaita y algunos vecinos de antaño. Pero olvida los nombres y rostros del presente; incluso sus hijos, nietos y bisnietos.

¿En qué trabajará la mente de un hombre de ochenta años¿. Qué misterios del planeta intentaba vislumbrar Don Sergio.
Por qué parajes habrá viajado su mente mientras era trasladado a un hogar de ancianos, dónde seguramente le otorgarían los cuidados necesarios. Pero, su cuerpo, ya ajeno a la felicidad de su alma, no logró sobrellevar los embates propios de la vejez. Su vida termina en el mismo hogar donde debió haberse prolongado. Saliendo de este mundo ¿Habrá sabido que ante los ojos de una frase del pasado, ha cumplido con todas las metas que nos depara la vida para ser felices? Pues aunque se desconoce cuántos árboles plantó en su vida –que de seguro lo hizo-, en la cosecha de su paso por estos suelos, Don Sergio Salgado alcanzó lo que algunos llaman felicidad. La de haber hecho todo y hacerlo de la mejor manera.

El antiguo y conocido refrán al Papi Checho, le quedó chico.

¿En cuarentena?

Sé que es sólo una estrategia mediática. Sé que sólo es el nuevo negocio de un inteligente, pero desgraciado laboratorio. Sé que es lo mismo que cualquier resfrío. Lo sé.

Pero me aterra ver a mi hermano con una fiebre implacable, dolor en todo su cuerpo y su cabeza. Y más me aterra y me molesta usar una estúpida mascarilla si es que quiero ir a abrazarlo.

Sé que es sólo una gripe. Pero odio la gripe porcina.